Campo Mauro
Existe un lugar, un pedazo de tierra que calla historias de vida y muerte. Lo que hoy parece una apacible zona rural, supo vivir tiempos caóticos, tiempo en los que fue regara con sangre, donde vio nacer fuertes que se mantenían estoicos, avanzando sobre el territorio hostil. Donde soldados y viajeros temían al camino, y con cada paso su terror aumentaba, ya que el salvaje observaba, y cuando era visto ya era tarde. Esa tierra que parece tan lejana, se encuentra en el departamento San Jerónimo, Santa Fe, en la jurisdicción del viejo San Genaro Norte. Su nombre… Campo Mauro, nombre heredado de un fuerte que lamentablemente hoy forma fila en la horda de los recuerdos.

Pero en Campo Mauro, tierra de valientes, existe un hijo del campo rebelde, que le grita “Quiero Retruco” al destino. Allá, en su pago, es el último de su especie, que continua con vida en honor de los caídos, cumpliendo con su honorable misión. Es “El boliche de Campo Mauro” quien se mantiene de pie, a un lado del polvoriento camino que une Campo Genero y la ruta 65.
Su cuerpo no es el mismo que aquellos años de juventud, y su piel está repleta de cicatrices, cada una es una historia vivida, un recuerdo oculto, una medalla de la vida.
El actual parraco de tan legendario templo, el bolichero Cachi, un Entrerriano que igual que aquellos abuelos, abandonó sus tierras en búsqueda de una vida mejor. La suerte o el destino, lo colocaron con esta noble y valiosa misión, proteger al último de los grandes boliches. Allí el tiempo se detuvo o no pasó. La modernidad jamás llego a contaminar el recinto sagrado, excepto por las sillas de madera que fueron remplazadas por las de plástico, y un pequeño televisor que nos habla desde lo alto de la estantería. El resto es como haber viajado 50 años o más en el tiempo. Durante el día, la paz y la tranquilidad, se pueden ver, oler y tocar. Hasta se las ve deambulando por el mostrador. Es que en ese lugar hasta el corazón de uno late distinto.
Con cada caída del sol, los últimos habitantes rurales, cumplen con el ritual sagrado de sus atesores y se acercan. Es que como todo lugar sagrado, hay rituales que deben obedecerse, como disputar reñidos partidos de naipes, o demostrar el talento en la expectante mesa de pool. El metegol, por su parte, duerme en un rincón, esperando que alguien lo despierte para cumplir su trabajo, el de alegrar y hacer olvidar. Dicen que en un tiempo hasta un juego del sapo se encontraba vanidoso entre aquellas paredes, pero hoy su destino es incierto, solo su recuerdo continua deambulando, como un lamento. De vez en cuando hasta alguien canta y otro rasca la guitarra.
El bolichero, el Cachi, cumple a la precisión su misión de no permitir que los feligreses se deshidraten producto de tanta emoción, brindándole cervezas heladas o tintos, entre otras bebidas del alma. Todo es charlas, alegría e historias, y los problemas observan desde el camino, porque ellos tienen la entrada prohibida. Y si la muchachada no puede perder tiempo, por que anda complicada con el trabajo, Cachi abandona el mostrador, y le alcanza lo necesario del momento.
Cachi es el ultimo de tomar el mando, de un largo linaje de bolicheros. Antes de él estuvieron Milo y Yiyo Piovan. Milo regalaba golosina a los niños que esperaban para entrar a la escuela o después de salir, cuando esperaban a sus padres. Pero detrás de ese gesto había un maquiavélico plan, los niños eran expuestos a un lavaje cerebral, la idea, convertirlos en hinchas de Rancing. Si hasta el banderín de ese club tenía un lugar privilegiado en una de las paredes. Cuentan que bajo su mandato, la gente compraba los viveres y ellos mismo se anotaban las compras en la boleta, ya que para Milo con la palabra le alcanzaba. Era un sitio donde festejaban navidades y cumpleaños, hasta el de Milo festejo el suyo, cuya torta, lógicamente, era de Racing. Y ni hablar de la larga espera semanal, ya que los sábados el bolichero organizaba torneos de futbol para ellos, chinchon para ellas. Torneos inolvidables, que parecen haberse juagado ayer. A Milo le pasaban todas, una vez el padre de Luciana Sedrán, fue con ella upa a buscar a sus hermanas. Al regresar a su hogar, el radiotrasmisor empieza a nombrarlo, “Atento Nestor, atento Nestor , aca te olvidaste un paquete”… Si, era Luciana.
Como Cachi siguió la tarea de Milo, a su vez Milo había seguido la de los Forconi. Si bien la familia Forconi habitaba ahí, y se ayudaban entre ellos, quien oficiaba el titulo de bolichero era Capocha, Forconi. También organizaban torneos de futbol los sábados por la tarde, convirtiendo el lugar en una maquina de fabricar recuerdos.
Antes de ellos estuvo el bolichero Pujolivo, de apellido Pujol, y en la década del cincuenta, Cecilio Bonfigli, entre otros cuyos nombres, no he obtenido.
Hubo una época que los hombres entregaban con sus jardineras la leche a la cremería de Sancor, y tras ello se detenían en el boliche. Muchas horas después eran los nobles caballos quienes conducían camino a casa.
El boliche, era el quiosco antes de ir a la escuela, el punto de encuentro de las demás familias que vivían en la zona . Y en lo particular ese formato de boliche, fue el escenario perfecto para imaginar el desenlace del cuento EL FIN de Borges
Pero Campo Mauro no tiene solo a su boliche, al norte de él, pegado, se abre sobre la tierra el verdadero campo de disputa donde se juega el honor y la gloria. La cancha de Campo Mauro. El césped allí no es necesario, porque ahí hay jugadores de verdad, tan colosales que donde pisan, no vuelve a crecer el césped, por ello los arcos son gruesos palos de madera, como los de antes. Pero ojo, la noche no es un impedimento en aquel lugar, ya que los reflectores están estratégicamente dispuestos para hacer la luz, para que el balón ruede todo lo que sea necesario. Los equipos se hacen presente sin titubear. Los hay de campo Mauro, como de San Genaro y hasta del extinto Santa Irene. Allí se juegan todo, mientras Cachi les asa corderos, choripanes o lo que se acuerde de ante mano.
Pero hubo tiempos que Campo Mauro tuvo su propio equipo, allá por la década del cincuenta. Su camiseta era semejante a la de Huracán de Parque Patricios (blanca con vivos rojos). Al equipo lo integraban los hermanos Rucci: "Mickey" arquero, el "Mono" defensor (junto a Pecci) y Arsenio delantero, otro era Giustarini. Los domingos y feriado se realizaban los Torneos "Relámpago" de fútbol, en lo que acudían equipos de toda la región, como Campo Conti, donde jugaba Armando Stiefel, Campo Galeazzi, Santa Irene, La Herradura, entre otros.
Al otro lado del boliche se encuentra la escuelita rural, “Bartolomé Mitre 889”que continua con la noble misión de educar, la misma que comenzó en 1939 y uno de sus fundadores fue Aniseto Ruiz.
Una de las maestras mas recordada es, Martha Bolatti, quien fue maestra muchos años. Vivia en la casa junto a la escuela y su marido trabaja en la cremería de Sancor, que estaba a escasos metros. También frente a esta cremería había otro boliche, del cual solo existe el recuerdo, “El Nacional” Volviendo a la escuela, recuerdan que Martha dejaba a los niños en los recreos, ir al kiosco del boliche, que esta cruzando el patio. Eran épocas de bailes que organizaba la cooperadora de la escuela para recaudar fondos. Se realizaban en tiempo de primavera, pero a la noche hacía frío ,el piso era de tierra y el techo de arpillera. Una lona alrededor se convertía en pared, y sin la necesidad de las luces de las confiterías, la gente bailaba y se divertía. ¿Los Escenarios? Simple, una chata o un acoplado adaptado para el momento. Eran bailes imperdible donde las orquestas no faltaban. También era el momento de sobresalir para las mujeres, ya que ponían lo mejor para realizar esas tortas que se donaban para rifar, a beneficio de la escuela. Aparte de la cena, fiesta, y mucho baile; padres, parientes, amigos o vecinos, iban por el espectáculo principal… la actuación de los niños, quienes se lucían tras semanas de ensayo y recibían aplausos y risas como premio.
Entre todos los vecinos había una familia muy especial, los famosos Gaibiso, que vivían a unos metros frente al boliche. Ocho hermanos, todos solteros y que no dejaron descendencia. Muy extraños pero muy buenas personas. Eran cariñosos con los niños del barrio y muy respetuosos. Cada uno tenía un oficio. Carlitos, uno de los mayores, hacía los mejores juguetes de madera, Roberto trabajaba prolijamente el cuero. Armando era el chófer de la volanta y las mujeres cada una hacía algo diferente. Corina, Irma, Libia, Ñata y Delma. Tenían unas higueras y huertas espectaculares. Una historia de vida única. Llevaron una vida parecida a la de los tiempos de la Colonias, pero en épocas modernas. Su padre Don Gaibiso fue un importante político y su madre era de apellido, Mauro. Los pequeños hermanos fueron criados en el lujo, por sirvientes, que usaban guantes blancos para tocarlos, los cuales se cambiaban dos veces al día. Hasta los paseaban en un coche a caballo, todo tapizado de terciopelo. Fueron criados con mucha cultura, pero un día algo sucedió. Al pasar del tiempo y la llegada del progreso, ellos continuaron moviéndose en su carro a caballo, y viajaban a San Genaro a trocar productos por mercadería, año 2000 aproximadamente. También tenían extraña costumbre de fotografiar a los miembros de la familia que morían, y cuentan que si uno iba a su hogar, podía ver los lujos de la época de sus padres, abandonados a su suerte, como una sopera de porcelana Limoge, que servía para darle de comer a los cerdos.
Si hablamos de política, Campo Mauro tiene un hecho sin resolver, ya que en plena revolución libertadora, en el 1955, un busto de la señora Eva Duarte de Perón, desapareció. Su búsqueda jamás dio resultados.
La historia del lugar se remonta a mucho antes del boliche, la escuela, la cremería o los colonos. Como mencione en el principio fue territorio de guerra. El estado avanzo en el mal llamado territorio salvaje. Los pueblos originarios que no aceptaban la “paz”, eran sometido por las armas. Pero no fue una tarea fácil, por lo cual al avanzar, se construyeron fuertes que protegieran el camino, a los viajeros y las mercaderías que se movían en el. Era la mismísima frontera. Mucho de esos fuertes de dos pisos o con miradores, sobrevivieron por décadas, hasta que no hace mucho se los demolieron uno a uno. Los últimos el fuerte Mauro, y un fuerte que vivió una familia de apellido Rucci. Pero en la soledad, a un lado del camino, caya sus secretos de sangre y gloria, un miembro militar de aquella época, la hoy conocida casa de las rejas o casa Santarelli. Si bien su historia se contara en un capítulo aparte, servía de cobijo para viajeros y soldados, de los ataques de los malones indígenas. La construcción, que NO ESTA ABANDONADA, sino que solo cerrada, hoy en día enfrenta una nueva batalla, la de sobrevivir al vandalismo y que el estado argentino le devuelva mucho de lo que ella hizo para que la patria crezca. Un pueblo que ignora su pasado, que no sabe de dónde viene, jamás tendrá futuro, porque no sabe hacia dónde va.
Campo Mauro vive, se resiste a ocultarse entre la maleza o a desaparecer como sus pares, desafía al nuevo mundo, y dicta sus propias leyes continuando con la loable tarea de fabricar recuerdos. La vieja patria se esconde allí, en un lugar de paz, donde suspirar.
Bellísimo relato. Estas historias son.imprescindibles para la memoria colectiva. Gracias
ResponderEliminarMuchas gracias por valorarlo
EliminarHermoso relato!!!!!!!
ResponderEliminarmuchisimas gracias
EliminarEXCELENTE
ResponderEliminarMuchas gracias
EliminarSi.campo.mauro.dueño.del.almasen.ramo.jeneral.omvre.callado.el.señor.capocha.y.su.hija.mari.despues..entro.milo.adia.una.favrica,escuela.sus besito.familia gaiviso perticara vunivAr.jorje.mi.papa.tito.helguero.tenia libreta...sacamos.fiado....fin lo que tiene
ResponderEliminar