Los restos de un raro gigante emergen del paisaje rural, de pie en una tierra o tiempo al que no pertenece. Los hombres lo llaman el viejo molino de Oroño, un molino harinero que alimentó el crecimiento de un pueblo, de una colonia. Hoy sus muros se resisten al tiempo, convirtiéndose por accidente, en un monumento que honra la memoria de aquellos valientes colonos que dieron forma a una región. Esta construcción llena de magia y misterio, que invita a volar la mente de quien la visite, se oculta entre los árboles a 6km del centro de la localidad de Gessler, departamento San Jerónimo, Santa Fe.
El molino San Fernando de la firma Begnis-Pautasso & Cia inició su actividad en el año 1885, y perduró hasta mitad del siglo siguiente. El fundador de dicho emprendimiento, Domingo Begnis fue el abuelo del doctor Carlos Sylvestre Begnis, quien llegó a ser gobernador de la provincia de Santa Fe.
El molino fue uno de los pilares de la economía regional y de una pujante localidad, que hoy en día sólo existe en la frágil forma de recuerdos. Eran épocas de una intensa actividad portuaria, la que tenía a Coronda como epicentro, luego suplantada por la llegada del Ferrocarril Belgrano.
Este molino ocupó los primeros lugares de consumo de trigo y producción de harina y fue uno de los más importantes del departamento San Jerónimo. Era el único que entre su personal contaba con una mujer, siendo los demás todos hombres extranjeros. Dada su próspera e intensa actividad, significó un símbolo del modelo agro exportador en el que estuvo inmerso el país a fines del siglo XIX.
A pesar de su fuerza productiva, sufrió las consecuencias del detrimento de la industria nacional, desalentada por favorecer las importaciones de manufacturas europeas. A esto se suma que en su existencia sufrió varios incendios, cerrando sus puertas después del último de ellos.
Se rumorea que los miembros de una familia Siciliana fueron los últimos en gerencial el sitio, personas fraudulentas que ocasionaron el ultimo gran incendio, con la idea de cobrar el seguro. También se dice que utilizaban de vez en cuando la chimenea, para quemar vivos a acreedores o aquellos que le ocasionaban algún tipo de molestias. Uno de los acreedores, de apellido Piston, logró escapar y contar lo sucedido. Ha sabiendo de estos sucesos, el sacerdote italiano del lugar, lanzó una maldición sobre el poblado. ¡Oroño será destrutto! ¡Oroño será destrutto!… Repitió día y noche, y por lo visto su deseo se convirtió en realidad.
Hoy este sitio congelado en el tiempo, declarado monumento histórico provincial, permanece como huella de uno de los emprendimiento más grande de la región, de finales del siglo XIX.
Observo por última vez las ruinas. Veo al helado viento zigzaguear entre sus muros, buscando secretos olvidados, soñando como seria todo si el molino no hubiera caído en desgracia. Veo a la chimenea emerger de entre los árboles, convirtiéndose en un faro para el viajero que logra divisarla desde lejos. Veo un sueño que tomo forma, pero el envidioso destino devoró. Y de la nada, me llega un susurro lejano… “¡Oroño será destrutto!”
Los muros se resisten a encontrar el final, permanecen inspirándonos, animándonos a soñar, exigiéndonos que no olvidemos nuestras raíces. Que no olvidemos aquellos que con todo en contra, dieron forma a un país.
No me queda claro, porque se lo llama Oroño?....eran tierras que pertenecieron a los Oroño?....
ResponderEliminarEra un pueblo fundado en tierras que pertenecieran a Oroño. Como era costumbre ellos donaban la tierra para la estación de tren y el pueblo creía en su entorno. Las estaciones recibían el nombre de quien las donó y el pueblo adoptaba dicho nombre.
EliminarEn este blog vas a encontrar la historia de puerto Oroño. A varias decenas de km. Igual situación.
EliminarNo sé si no eran de la mafia esos sicilianos...
ResponderEliminarUyyyyyy......parecen de la mafia......quemar a la gente???!!!!!
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