La capilla que desafió al demonio: Capilla San Antonio de Padua
La capilla que desafió al demonio
Capilla San Antonio de Padua una leyenda de Santa Fe, que poco conocen y hoy vas a conocer. En medio del océano verde de la llanura santafesina, donde el horizonte parece no tener fin y el viento arrastra historias que pocos escuchan, se alza una silueta blanca.
Es la Capilla San Antonio de Padua, un pequeño templo perdido en la ruta 42, tres kilómetros al norte de la Capilla de la Virgen del Pilar, cerca de Bernardo de Irigoyen o de la ciudad de Gálvez.
Bajo el sol inclemente del mediodía, sus muros relucen como un faro solitario.
El polvo del camino se levanta a su alrededor como un velo antiguo, y las aves sobrevuelan su cúpula en silencio, como guardianas invisibles de un pasado que se niega a morir.
Quien pasa sin detenerse apenas percibe su presencia. Pero quien se detiene, apaga el motor y deja que el silencio lo envuelva… siente algo.
Una energía leve, vibrante, que no proviene de este tiempo.

Un templo nacido del miedo y la fe
En la fachada, una vieja inscripción de cerámica marca el año 1896 de su construcción. Es una de las capillas más antiguas del departamento San Jerónimo, testigo de una época en la que la fe y la superstición convivían sin fronteras.
Aquí llegaban los colonos a caballo o en carruajes, trayendo sus plegarias entre rosarios gastados y promesas escritas en silencio.
Se dice que muchos, agradecidos por los favores concedidos por San Antonio, dejaban cadenitas de oro y pequeñas ofrendas como tributo. Cada objeto era una historia, una esperanza, un pacto con el cielo.
Algunos llegaban con ofrendas no por fe, sino por agradecimiento.
Porque sabían que, desde que la capilla se levantó, el lugar había cambiado.
Antes… antes solo el mal acechaba entre las sombras del camino.
El demonio con forma de toro

Cuentan los ancianos del lugar que, mucho antes de que los muros fueran levantados, las noches eran escenario de un miedo profundo.
Los viajeros hablaban de un toro negro gigantesco, de ojos encendidos y cuernos como lanzas, que aparecía de la nada en medio del camino.
Algunos lo veían emerger entre la bruma, otros juraban escuchar su bramido antes de sentir el galope de sus caballos desesperados.
El terror se hizo costumbre. Nadie quería pasar por ese cruce después del anochecer.
Hasta que Antonio Bertoglio, dueño del campo, decidió enfrentar al mal con la fe. Mandó construir una capilla en honor a San Antonio de Padua, justo allí donde la bestia solía aparecer.
Dicen que cuando se colocó el primer ladrillo, el toro se manifestó una última vez: bufó con furia, iluminó la noche con su frente incandescente y desapareció para siempre entre la llanura.
Desde ese día, nunca más volvió a verse. Y así la leyenda de la Capilla San Antonio de Padua nacía en Santa Fe.
Un faro de otro tiempo

Hoy, la capilla sigue en pie.
Resiste al olvido y a las tormentas que barren la región.
Ya no hay misas, ni procesiones, ni promesas colgadas en sus paredes. Pero algo en su interior permanece vivo: una vibración de eternidad, una fuerza que parece venir desde el corazón mismo de la tierra.
Sus paredes cuentan historias sin palabras.
El viento susurra nombres que ya nadie recuerda.
Y el viajero que se detiene frente a ella, bajo el sol o el ocaso, siente la presencia de algo antiguo, inmenso, sagrado y oscuro a la vez.
Porque la Capilla San Antonio de Padua no es solo un templo olvidado.
Es el punto exacto donde el miedo se convirtió en fe, donde el hombre le ganó la partida al demonio y donde la esperanza se volvió piedra y cal.
Ruta 42: el camino hacia lo invisible
Si alguna vez tus ruedas te llevan por esta ruta polvorienta, no sigas de largo.
Apagá la moto, y dejá que el silencio te hable.
Mirala bien: en sus muros todavía vibra la promesa de quien se animó a desafiar lo imposible.
Y si el viento sopla con fuerza, quizás escuches, muy lejos, muy suave, el último bramido de aquel toro que alguna vez dominó la noche.
📍 Capilla San Antonio de Padua – Bernardo de Irigoyen, Departamento San Jerónimo, Santa Fe
Leyendas rurales: los susurros del campo argentino
Las leyendas rurales argentinas son parte del alma profunda del interior.
Nacen del miedo, la fe y el misterio, mezclando historia y superstición en relatos que viajan de boca en boca.
En ellas viven los fantasmas de los pueblos, los santos que obran milagros y las sombras que acechan bajo los eucaliptos.
Desde el Toro de Irigoyen hasta la Luz Mala, pasando por el Pombero o la Mulánima, todas comparten algo: el intento de explicar lo inexplicable.
Son relatos que nos conectan con lo invisible, con esa delgada línea entre lo real y lo mítico que aún palpita en las rutas rurales, en las capillas abandonadas y en los caminos donde el tiempo parece detenido.
Quizás por eso seguimos saliendo a buscarlas.
Porque cada viaje, cada ruina, cada capilla perdida… guarda un pedazo de esa Argentina secreta que solo se deja ver a quienes se animan a seguir caminos.
¿Qué sentís cuando encontrás un lugar donde el misterio y la fe se cruzan? 🌾
Contame en los comentarios si conocés otras capillas, ruinas o leyendas rurales que desafíen al olvido.
Lo que Uds.ha cen es magnifico los felicito.
Muchas gracias de todo corazón, son estos mensajes lo que lo impulsa a uno a seguir adelante.
Viví 24 añosen Coronel Arnoldo fallece mi Sra. Y me vuelvo a mi casa de Rosario.Sigan pub licando es muy i nteresante.
Gracias por compartirlo, lo importante es continuar, y cualquier historia que quieras compartir, bienvenido sos.
Pingback: El Ara San José: la estancia Iturraspe, que desafía al olvido - SIGUIENDO CAMINOS
Muy interesantes las historias . A continuar
Muchas gracias por tu apoyo. Vamos por más…