Estancias Históricas

El Haras San José: la estancia Iturraspe desafía al olvido

Entre campos dorados y caminos de polvo, una ruina de otros tiempos se alza desafiando al destino, vanidosa de lo que fue, ignorando lo que es. Su silueta atrapa almas y corazones; las historias corren a su alrededor como hojas al viento. Fue centro de progreso, trabajo y vida, y aún hoy, quienes la conocieron la recuerdan con una sonrisa que mezcla nostalgia y asombro.

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Su nombre resuena como un eco antiguo: el Ara San José, la estancia Iturraspe. Un palacio de sueños, de muros altivos y alma gaucha, que el celoso tiempo se empeña en desmoronar. La ves ahí, firme, a la vera de la ruta 10, entre las localidades de López y Santa Clara de Buena Vista, en el corazón de Santa Fe.

Es un recuerdo que se niega a morir. Un suspiro del pasado, un templo rural que resiste al abandono, al silencio y al olvido.

EL NACIMIENTO DE UN SUEÑO INMORTAL

Corría el año 1927 cuando el sueño comenzó a tomar forma en medio del campo santafesino. Allí, donde el viento sopla libre y los amaneceres huelen a pasto húmedo, Francisco Iturraspe Rodríguez decidió dejar su huella. Nieto por parte materna del renombrado coronel Rodríguez, levantó sobre estas tierras un emblema de progreso y elegancia: la Estancia y Haras San José, conocida con el tiempo como la estancia Iturraspe.

Ruinas de la Estancia Iturraspe, Ara San José
Fachada principal Casco del Ara San José / Estancia Iturraspe

Antes, existía una casa más humilde, la célebre “casa de los peones”, una construcción de principios de siglo, larga y angosta como las típicas casas chorizo de la época, ubicada al sur del nuevo edificio. Aquel primer hogar fue testigo de los comienzos, de los días de esfuerzo, sudor y sueños que pronto se transformarían en historia.

La estancia se extendía majestuosa sobre 5.000 hectáreas de horizonte a horizonte. Desde el aire, debía parecer un reino rural, donde la vida giraba al ritmo del trabajo, los caballos y las cosechas.

Durante el gobierno de Perón, cerca de 3.000 hectáreas fueron entregadas a colonos que pagaban arrendamientos mínimos, gesto que marcó un cambio profundo en la vida del lugar. Décadas después, bajo el gobierno de Lanusse, las tierras serían recuperadas. Pero el esplendor de los viejos días comenzaba ya a diluirse, como el eco de una canción que se apaga lentamente.

LA FAMILIA ITURRASPE CABAL

Ruinas de la Estancia Iturraspe, Ara San José
Pancho Iturraspe y Flia

En aquel rincón de la provincia de Santa Fe, donde los amaneceres pintan de oro las llanuras, Francisco Iturraspe y su esposa Estela Cabal levantaron algo más que una casona: construyeron un hogar lleno de vida.

Entre los muros de la casona, se escuchaban risas, pasos apurados de niños y el silbido del viento colándose entre las galerías. Fue el escenario de una historia familiar intensa, marcada por el amor, la fe y las inevitables heridas del tiempo. Vivieron allí junto a tres de sus hijos: Francisco, María Teresa y María Raquel, y durante décadas el lugar fue su paraíso en la tierra.

Cuando el hijo mayor debió continuar los estudios secundarios, la familia se trasladó a Santa Fe capital, pero el campo seguía latiendo en ellos. Alternaban entre la vida urbana y las jornadas rurales, como si no pudieran desprenderse del perfume de la tierra húmeda ni del canto de los caballos al atardecer.

El matrimonio tuvo nueve hijos, aunque tres partieron demasiado pronto, víctimas de las enfermedades comunes de la época. El mayor, Guillermo, murió trágicamente ahogado en un arroyo de Córdoba a los veinte años. Aquella pérdida dejó una herida que el tiempo nunca logró cerrar del todo.

A pesar del dolor, la estancia siguió siendo un refugio de alegrías simples. Los nietos recuerdan con brillo en los ojos aquellos días de libertad: las carreras entre los árboles, las meriendas en el pasto, los juegos compartidos con primos y hermanos. Dicen cada rincón guardaba un secreto, una travesura o una historia que los unía para siempre.

El hara San José fue más que una casa: fue un corazón que latía entre los campos, una promesa de amor y esperanza que todavía resuena en quienes tuvieron la dicha de vivirla.

EL ESPLENDOR DE LA ESTANCIA ITURRASPE

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Casco del Ara San José / Estancia Iturraspe

El casco principal, heredado por Francisco José “Pancho” Iturraspe, era una joya arquitectónica. Tenía múltiples habitaciones, un patio interno con aljibe, un sótano hoy inundado, y un elegante alero sostenido por columnas que parecían flotar. Su fachada, orientada al este, recibía cada amanecer como un saludo a la vida. Las puertas de madera tallada, los ventanales de vidrio biselado, el eco de los pasos sobre los pisos antiguos…

Todo evocaba el esplendor de una época en la que las estancias eran verdaderos palacios rurales, como lo fuera la estancia El Carmen, a algunos kilómetros de allí.

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En el salón principal destacaba una enorme biblioteca, repleta de libros. Según contaban los caseros, allí se realizaban grandes fiestas. Los invitados llegaban en tren hasta el pueblo de López y, desde allí, continuaban a caballo o en carruajes hasta el palacio. El parque se iluminaba con faroles, la música se mezclaba con el aroma del campo, y la noche parecía no tener final.

Uno de los principales compradores de hacienda del lugar era la estancia El Danubio, de los Peyronel, de Colonia Belgrano, mientras que los Charles de Gessler actuaban como representantes. Eran tiempos de abundancia, cuando el trabajo del campo y la nobleza criolla se entrelazaban.

EL PÓRTICO Y LOS GALPONES DEL HARA SAN JOSÉ

Ruinas de la Estancia Iturraspe, Ara San José
La torre del Ara San José / Estancia Iturraspe

Al este de la casa se alza todavía un arco de entrada enrejado, con forma de torre, al que los lugareños llaman el castillo. Era el pórtico principal, encargado de anunciar al visitante la magnitud del sitio. Hoy parece perdido, fuera de contexto… pero sigue ahí, fiel a su misión, esperando recibir a alguien que ya no llega.

Al suroeste, se encuentran los galpones y la torre, construidos con una estructura singular:

Planta baja: herrería y boxes del haras.

Primer y segundo piso: silos.

Tercer piso: tanque de agua.

En la terraza, un mirador, desde donde se dominaba todo el horizonte.

También había una pileta de natación, una segunda vivienda, y —según relatan muchos visitantes— un túnel subterráneo que comunicaba el palacio con los galpones, para no mojarse en días de lluvia. Sin embargo, los familiares aseguran no recordarlo… ¿mito o realidad?

EL SILENCIO Y LA MEMORIA

Ruinas de la Estancia Iturraspe, Ara San José
El portico o Castillo del Ara San José / Estancia Iturraspe

El tiempo, implacable, fue extendiendo su manto sobre la estancia Iturraspe. Tras la muerte de Francisco José “Pancho” Iturraspe, sus hijos decidieron vender la propiedad a comienzos del siglo XXI. Desde entonces, el hara San José quedó a merced del olvido: sin risas, sin pasos, sin guardianes.

Los muebles antiguos desaparecieron, la gran biblioteca se vació como si alguien hubiera querido borrar la historia, y las paredes comenzaron a descascararse lentamente, dejando ver las cicatrices del tiempo. Sin embargo, el alma del lugar no se rinde.

Quien se detiene frente a su fachada —aunque sea por un instante— puede sentirlo: una energía sutil, casi humana, que vibra entre los escombros. Ya no se escucha el relinchar de los caballos, ni las voces de los peones al amanecer. No hay niños corriendo por el parque, ni madres llamando a la mesa. Esa música se apagó hace mucho, reemplazada por un silencio denso, profundo, casi sagrado, que lo envuelve todo.

Pero si uno presta atención, si cierra los ojos y deja que el viento hable, todavía puede oír algo… El susurro de un pasado que se niega a morir.

LEYENDA DE FANTASMAS

Dicen que cuando cae la tarde sobre el hara San José, el aire cambia. El sol se esconde detrás de las ruinas, las sombras se alargan sobre el camino de entrada, y un silencio antiguo parece despertar entre los sembrados. Algunos aseguran haber visto la figura de un niño caminando despacio por la senda, entre luces y penumbras, como si buscara algo que perdió hace demasiado tiempo.

Hay quienes juran que corre, juega, se detiene y vuelve a mirar hacia el palacio…

Otros lo han sentido apenas como un murmullo, un roce en el aire, una presencia leve que se disuelve cuando uno parpadea.

Los más escépticos dicen que es solo el viento, que el misterio no es más que la memoria del lugar jugando con nosotros.

¿Será el alma de la estancia misma, que se rehúsa a abandonar lo que alguna vez fue su hogar?

Nadie lo sabe. Lo cierto es que, cuando la noche cae sobre la estancia Iturraspe, el viento parece hablar otro idioma. Un idioma que solo entienden los que creen que algunas historias no terminan, solo cambian de forma.

LA ESTANCIA ITURRASPE, UN PATRIMONIO QUE RESISTE EN EL CAMPO ARGENTINO

Estancia Iturraspe, siguiendo caminos
Fachada Estancia Iturraspe

El Palacio Iturraspe no es solo una ruina: es un testimonio de la historia rural argentina, de las familias que forjaron el interior del país y de una época donde el trabajo y los sueños iban de la mano. Sus paredes hablan de amor, esfuerzo, tragedias y fiestas. De aquello que alguna vez fuimos. Y aunque el tiempo lo cubra de polvo, aún late. Late en cada visitante que se detiene frente a él, en cada fotografía, en cada relato contado al calor del mate.

Porque hay lugares que no mueren. Solo esperan que alguien vuelva a recordarlos.

Fuentes: Marcelo Ventura Roca (nieto de Francisco Iturraspe padre), Mónica Aguilera, y relatos del famoso “boca en boca” de la región.

La Casa de las Rejas: Guardiana de la Llanura Santafesina

¿Mito o realidad? Leyenda del ombú embrujado en el camino real.

Paraje rural Estación Km 501: Donde el Olvido Pierde la Batalla

La capilla que desafió al demonio: Capilla San Antonio de Padua

El misterio detrás de El Danubio y sus ruinas abandonadas.

Rafa Theller

Rafa Theller, creador de Siguiendo Caminos. Viaja en moto tras las huellas del pasado, buscando voces, ruinas y recuerdos que aún resisten al olvido.

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